A rueda de...Rodrigo Araque

Diez y media de la mañana. Rodrigo espera paciente, sentado sobre la acera, con los codos apoyados sobre sus muslos. Hace frío, pero no lo de otros años. O quizás es él, que se está haciendo duro. Nueva mirada al cielo. Plomizo. Las previsiones no daban lluvia. Están de suerte en Valladolid. Cuatro días contados se habrá forrado de ropa. Vaya otoño. Diez  treinta y dós. Ni rastro de sus compañeros.Nunca se ha caracterizado por tener una 'grupeta' puntual. Mal momento para cundir con el ejemplo. Quizás la impaciencia le haya llevado a apresurarse sobre su bici esa mañana.

Cada día, como cada año, su grupeta se junta justo ahí, en Indal, al lado de la empresa que da nombre a una esquina estratégica orientada a varias de las salidas de Valladolid, sobre todo la que va a dar al cruce de San Agustín. El viento hace que tomen una salida u otra. Él, al ser de Portillo, un pueblo de las afueras de Valladolid, le cuesta cuarenta y cinco minutos más acercarse por allí, así que suele apurar el reloj. Pero hoy es él quien espera. Tiene tanto que contar.

Parece mentira, cómo pasa el tiempo, la de veces que habremos quedado aquí”, se dice, mientras trata de arrascar el barro que se le ha pegado a la rodilla al apurar con inacertada precisión la esquina de un charco. Apura insistentemente con el dedo índice sobre su culotte.Siempre el mismo, el del Diputación de León. Sobriedad en azul y naranja. Empezó en el equipo leonés para aprender el oficio cuando se inició en amateur. Años después es él quien define la estrategia a seguir dentro de la carrera, la voz de su director. Le gusta asumir presión. Eso es que progresa, o eso le contaron el primer día que apostaron por él para ganar una etapa, aunque tardase en llegar, hace un par de años, en la última de la Vuelta a Zamora.

Cinco años de amateur da para mucho. Para soñar con hacer algo grande, o para querer tirar todo al traste. Tenían tantas ganas los tres. Él, "Nano" y Alberto. Soñaban juntos. Él desde los 6 años, cuando empezó en principiantes. Alberto y Fernando poco después. Se las prometían felices. El trio de la quinta. Historias de adolescentes. Fernando Grijlaba disparó primero, entrando al Caja Rural amateur, arrasando en la categoría y pasando luego al primer equipo. Aunque estuviera a punto de dejarlo este año. “Si él lo llegó a pasar mal, que sería para el resto”, murmura, mientras observa el reloj de manera inconsciente. Alberto Guinea dejó el Naturgas y se fue al Diputación de León con Araque, pero se bajó antes del tren. Atesoraba calidad y motor, pero no tenía ganas de sufrir a lo bobo. El Gyos, donde por inercia entrarían los mejores del filial, el Diputación de León, no saldría ese año. Guinea dijo basta. Araque siguió. Tiró de su mejor arma, la cabezonería.

Pero Rodrigo sabe que lo ha pasado mal. Que no saliera el Gyos era mala suerte, al fin y al cabo, pero a él el año pasado un equipo le prometió pasar a profesionales. Como premio a su constancia, a inumerables puestos dentro de esa caja de los denominados “puestos de honor”. Era la recompensa a la regularidad. Al fin y al cabo, en amateur pasan los que ganan, poco valen las excusas cuando no hay casi huecos. Pero la negativa de ese equipo dolió. Le rompieron el contrato unilaterlamente pocos días antes de enviárselo para que lo firmara. Sólo su familia sabe lo que se esforzó el año pasado para firmar por ellos. El otoño en Alicante, y en invierno, jugándose el tipo en Valladolid con las carreteras heladas. Por ser ciclista profesional. El "ya te llamaremos a mitad de temporada para cubrir alguna vuelta" sonó tan vacío como falso. Humillante.

Fue entonces cuando, como en la vida, los relojes a veces se paran. Entonces lloró. De pura rabia, desconsolado, en los brazos de Lucía, su sombra, la que siempre está ahí. En lo bueno y en lo que no lo es tanto. Con ella no es tímido, ni le sale esa risa nerviosa de quien no se atreve a hablar mucho en público, o de quien no sabe muy bien qué o cómo decir las cosas.

Y otro invierno tocó su puerta. Un día salió a entrenar. Con el suelo blanco. No le amilanaron los cinco grados negativos a las nueve de la mañana, pero el resbalón en la primera curva con una placa de hielo le invitaron a la prudencia. Por eso, volvió a entrar a su casa y bajó al trastero, a por el rodillo. Ese día tenía programadas cinco horas. No regateó ni un solo minuto al reloj. Los ciclistas no buscan excusas. Los cabezones mucho menos. Siguió apostando por su mejor arma. El insistir una temporada más. Para demostrar lo que valía en cada carrera. En tirar al palo las veces que hiciera falta si no podía ganar. Quería ser ciclista.

Lo poco que tenía claro es que nunca pensó en viajar para ganarse la vida. Con terror a vivir fuera de Valladolid, siempre observó de lejos como muchos de sus referentes hacían las maletas para irse muy lejos de allí a seguir dando pedales. Y justo ahí, en ese punto, en Indal, donde ahora espera, escuchaba sus historias cuando volvían. Desde detrás, agazapado tras el respeto. Pero atenazado por el miedo a que un día pudiera ser él protagonista. Escuchaba las vivencias de Edgar Nohales, que se les arregla año tras año para seguir dando pedales en cualquier esquina del mundo que le permita disfrutar del ciclismo a nivel profesional, o las de Óscar Pujol, que supo reiventarse tras probar las mieles del World Tour para pasar a pegarse con la mala suerte año tras año. Él, en cambio, nunca haría eso. Aunque tuviese que esperar, otro año más, una oportunidad más cercana.

Rodrigo reflexiona: "Ojalá no me equivoque, ojalá". Quién se lo iba a decir. Hoy será él quien invite a sus compañeros de 'grupeta' a los bollos y la coca-cola en "La Adelita", en Puente Duero, donde suelen hacer la parada. Óscar Pujol quería un corredor de confianza en el equipo. Habló con Araque. Le puso las pilas. Le mostró la realidad tal y como es. Ciclismo viajero. "Pero si yo no sé inglés", le respondió boquiabierto. Tampoco sabía vivir separado de su familia. Ni de Lucía. Pero ser profesional hoy en día no es fácil. "¿Tú quieres ser profesional, sí o no?, le repitió Óscar. Y Araque lo deseaba. Aceptó la proposición de correr con él en el Team Ukyo. En Japón.

A las once menos cuarto pasadas los primeros sonidos de cadena hacen levantar su mirada de la acera. A pesar de su timidez hoy Rodrigo quiere hablar en alto. Tiene su contrato firmado con los japoneses. Esta vez sí. Y aunque se muera de miedo el día que coja el avión, aunque le puedan comer las noches tan lejos de su familia, de su novia, tendrá que dejar que, de nuevo, sea su tozudez por ser profesional quien le ayude a seguir alimentando su sueño. Y quién sabe, quizás otros ciclistas que vengan por detrás se queden boquiabiertos escuchando sus historias, las que cuente con su voz tímida cuando vuelva a pasarse por el cruce de Indal, donde siempre deseó no tenerse que marchar nunca.

Fuente

Rafa Simón
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Fotos de Rodrigo Araque y Fotosencarrera.com

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